Es un mundo tan oscuro que todos quieren brillar en cada momento, publicar la vida, el cuerpo, los sucesos más insulsos haciéndolos pasar por galas inolvidables.
Vivimos en un eterno zapping de los canales humanos y en eso pasamos la mayor parte del tiempo, se nos va la vida contemplando y persiguiendo vidas sin logros. La tecnología nos ha mantenido en un sueño de comodidad desde donde vemos avanzar los problemas y desde donde queremos seguir existiendo, hablando, dando discursos grandilocuentes, amenazando, exponiendo y convirtiendo en comedia cada suceso trágico de la vida.
Mientras tanto, los verdaderos problemas humanos siguen ahí, esperando por nosotros para ser resueltos. Somos un fracaso como sociedad, logramos escondernos detrás de palabras que resuelven todo al instante: democracia, educación, salud, inclusión, paz, ayuda, trabajo, justicia. No sabemos de lo que hablamos, construimos audiencias sin tener nada qué decir. Pasamos de creer en algo, de tener principios y afirmaciones claras a esperar las olas para montarlas.
Nos acomodamos y naturalizamos un paisaje colectivo lleno de miserias, de dolor, de injusticia y desigualdad; y lo olvidamos rápidamente si subimos la ventanilla del carro. Convivimos y señalamos.
Nos acostumbramos a ver una sola clase de violencia, la de las armas. La corrupción, la mentira, la desigualdad, las acciones en contra de la naturaleza, la información que recibimos diariamente; esa violencia nunca la aprendimos. Es normal.